La Ley de Talión

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 15 Septiembre 2017 17:35

Seguimos aceptando el «ojo por ojo y diente por diente» como la norma habitual de conducta, sin pensar que pueden existir otras normas, u otras máximas, que se acoplen mejor a nuestra sociedad actual, y que deberíamos con urgencia empezar a implantar. Algunas de estas máximas ya fueron dictadas por alguien hace casi dos mil años, sin embargo, en la actualidad, ni sus propios seguidores cumplen; porque eso de «ofrecer la otra mejilla a quien te abofetee», nos parece en nuestro mundo actual algo propio de idiotas, de necios, de gentes que quieren ir por la vida de buenos, pero que luego son los peores.
 
Hay muchos que piensan, «de los mansos líbreme Dios, porque de los bravos ya me libro yo», pero, como ocurre siempre, no debemos generalizar, porque en este mundo hay de todo: personas que parecen una cosa, y luego son otra completamente diferente; gente que va siempre con la cara por delante y se le ve venir de lejos; gente que parece mansa y lo es, y algunos —pocos, lamentablemente— que se desviven a diario por sus congéneres en cualquier ámbito de la vida, y en más de una ocasión ponen la otra mejilla.
 
Está claro que la justicia debe existir, y se debe aplicar con rigor, y no puede, o no debe, «irse de rositas» cualquiera que ha cometido un grave atropello, pretendiendo que la justicia sea clemente con él y le deje en libertad, cuando, precisamente, estos individuos son los que después pretenden que la justicia actúe con total dureza contra alguien que a ellos les ha podido perjudicar en algo.
 
La clemencia, como la tolerancia, está bien que existan, y ante la duda, siempre he pensado, como muchos juristas, que es mejor que esté en la calle un delincuente, al que no se le puede probar su delito, a que esté en la cárcel un inocente al que alguien ha acusado vilmente, sin suficientes pruebas o con pruebas manipuladas; pero la Justicia, como ocurre con todas las artes o instituciones humanas, no es perfecta, comete errores, como nos pasa a todos en nuestra vida cotidiana, y esos errores, la mayoría de las veces los pagan los más débiles, esos que no tienen medios para procurarse una buena defensa; y en cambio todos esos corruptos, o delincuentes de guante blanco, como se les suele llamar, tienen a su disposición una cohorte de abogados que van a levantar las piedras para ver cualquier resquicio por el que su defendido pueda eludir a la justicia.
 
Lo vemos a diario, y todos conocemos casos de gente que ha robado una bicicleta o un radiocasete que está en la cárcel, y en cambio algunos políticos, banqueros, empresarios o aristócratas emparentados con la realeza están en libertad después de haber defraudado a gente humilde, arrebatándole los ahorros de toda una vida, o llevando a paraísos fiscales el dinero que pertenece al erario público y del que ellos se han apropiado indebidamente; pero una cosa es que la Ley esté por encima de cualquiera, y nadie pueda eludirla, y otra diferente es que nosotros, particularmente, queramos aplicarla con total contundencia a nuestros adversarios o a nuestros enemigos; porque cuando uno recurre a la Justicia, lo que quiere no es «Justicia», sino que se le dé la razón. Siempre es mejor una solución amistosa mediocre, que la mejor de las sentencias, y si eso lo saben, y lo aplican, muchos juristas en su terreno profesional, nosotros, «los ciudadanos de a pie» deberíamos tener la suficiente tolerancia, el suficiente criterio, o llámese como quiera, para sin necesitad de poner la otra mejilla, abstenernos de querer que se aplique en cualquier caso, y siempre contra los demás, la Ley de Talión.
 
José Manuel Pedrós García
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