Mareas blancas

Escrito por Bernardo Bartolomé de la Plaza
Viernes, 29 Julio 2016 15:00

Se llama Algimantas Jankantas, lituano de cincuenta y cinco tacos. Lleva trabajando -y cotizando- quince años en Almería transportando hortalizas con su camión por toda Europa. Pues bien, al tal Algimantas la lotería de la vida le ha regalado un cáncer de colon en estado avanzado con metástasis en el hígado. El premio gordo y las dos aproximaciones. Y lo peor, se lo han diagnosticado en verano. Y en España. Verdes las han segado. Aquí ya se sabe lo que pasa con la Administración Pública, en época estival se relaja. Cosas de la abrasadora canícula. El calor dilata los cuerpos y las voluntades.
 
A lo que vamos: el Hospital le dice al paciente que haga honor a su nombre y sea eso, paciente. Que en tres meses de nada tiene la atención asegurada. “Mireusté, comprenda que hace una caló que no se puede aguantar. Y tenemos a todos los médicos de vacaciones. Los recortes, ya sabe. Que se van todos de golpe y nos quedamos con lo puesto. Esto le pasa a usted en febrero y en un pispás tiene cita con el médico. Es que también son ganas de ponerse enfermo cuando no toca”. Imagino la cara del fulano recibiendo la explicación de la jugada y me sorprende que todo haya quedado en una denuncia ante el Servicio Andaluz de Salud. Esto es lo que hay, julay. A protestar al maestro armero. Me cuesta imaginarme en su misma situación y no reaccionar de una manera más visceral, o sea, pasando la noche en el cuartelillo por haber liado la de Dios es Cristo.
 
Y ustedes me dirán: ¿no tienen derecho los sanitarios a sus preceptivas vacaciones? Por supuesto. Como en todos los sitios. Pero como también pasa en muchos otros trabajos- casi todos- la gente se organiza para que el servicio al cliente – o al paciente- no se vea afectado. Les pongo un ejemplo para ilustrar mi argumentación. Imaginen que me muero mañana. Mi desconsolada viuda, con o sin desconsolación, lo mismo da, se presenta en la funeraria para que se hagan cargo del finado – o sea, yo mismo- y el empleado de las pompas fúnebres con una afectada sonrisa cordial le responde que estamos en unas fechas muy malas. Mire, tenemos el tanatorio cerrado hasta primeros de septiembre. Eso sí, nos hacemos cargo del problema. Le dejamos el ataúd en casa y me lo va llenando de cubitos de hielo, pero de los de gasolinera, que los de cubitera doméstica aguantan muy poco. Y no me abra la tapa del féretro que se rompe la cadena del frío.
 
Podrán pensar que exagero, pero la realidad no dista tanto de la ficción. Los recortes presupuestarios han servido para tapar dos evidencias: que todos miran al Gobierno cuando la mayoría de los servicios recortados han sido transferidos a las Comunidades Autónomas y la certeza demostrable de la existencia de trabajadores de primera – públicos- y de segunda, o sea, los mortales que dependen de una empresa privada; aquellos que saben que el trabajo tiene que salir sí o sí, aunque haya disminuido la plantilla y no metan refuerzos en vacaciones. En resumidas cuentas, los que intuyen que fuera hace frío y hay unos cuantos dispuestos a levantarles la camisa y el puesto de trabajo al primer renuncio que les pillen.
 
Una última reflexión: hagan memoria. ¿Recuerdan aquellas multitudinarias manifestaciones – las llamadas mareas blancas- que salían a la calle para defender una sanidad pública, de calidad y gratuita? ¿Dónde están ahora cuando se cierran cientos de quirófanos y camas hospitalarias? La respuesta es sencilla. Como toda marea ha terminado en la orilla de la playa. Pasen buenas vacaciones. Cuídense, no se me pongan malos. En esta época del año hasta un uñero mal curado puede ser mortal. Nos vemos en septiembre.
 

Bernardo Bartolomé de la Plaza
@BernarBartolome

 

 

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