Cultura

 

Juan Rodríguez, vecino de Puerto de Sagunto, ha recuperado, tras su reciente jubilación hace tres meses en la industria, su verdadera vocación, la pintura. Aunque en realidad nunca le ha dado la espalda tras muchísimos años trabajando en otro campo, Rodríguez reconoce que es ahora, con más tiempo libren cuando por fin ha podido dedicarle a la pintura todo el tiempo que antes no podía. Es por ello que, como homenaje al lugar donde se desarrolló su pasión por este arte, el Puerto de Sagunto, ha elegido su ciudad natal como sitio donde realizar su primera exposición, un trabajo que pretende llevar a otros lugares de España, y posiblemente también del extranjero. Luz del Mediterráneo: la magia de sus dunas. Este es el nombre de su trabajo, que puede verse en la Casas de Cultura de Puerto de Sagunto. Una serie de cuadros donde el pintor pretende que las personas vean estos paisajes cotidianos con otros ojos para poder contemplar la belleza que siempre ofrece la naturaleza y que muchas veces, por su cotidianidad, se pasa por alto. Además, Rodríguez, reconoce que también tiene en mente retomar el tema de la música, otra faceta que siempre ha estado unida a su vida, y que tuvo que abandonar por incompatibilidades con el trabajo.

 

Mi nombre es Juan Rodríguez Rodríguez. Nací en Puerto de Sagunto allá por el 1951 en la Calle Trovador. Provengo de una humilde familia de trabajadores de Altos Hornos, como la mayoría de la gente de mi edad y también como la mayoría de los niños del Puerto fui a la Escuela de Begoña. Recuerdo mi infancia y mi niñez siempre con un lápiz o una tiza en la mano, dibujando en cualquier sitio.

 

 Como le he comentado, recuerdo mi infancia siempre pintando cosas, da igual lo que fuera y el lugar. Mi madre siempre me decía que le daba pena pisar los dibujos que hacía en las aceras de la calle, porque le gustaban mucho. Finalizados los estudios elementales y puesto que ya se veía en mi a esa temprana edad (según comentaban mis padres), una buena capacidad para el estudio, comencé a estudiar el Bachillerato.  Fue en este periodo, la adolescencia, cuando se despertó en mí una necesidad casi biológica por el dibujo y la pintura, de hecho, en tres o cuatro  semanas acababa de dibujar todas las láminas de Emilio Freixas que nos daban como tarea para todo el año en clase. Providencialmente mi hermana mayor, Dolores, junto con otras amigas, tomaban clases de pintura en el estudio que Ramón  Berges tenía arriba del bar Gaspar en el Puerto de Sagunto y le pidió que, aunque yo era casi un niño, me aceptara en su estudio. No recuerdo cuanto tiempo estuve allí, creo que alrededor de dos años, pero fue el tiempo suficiente para aprender el «oficio» de pintor. Ese fue mi inicio en la pintura.

Faltando un año para finalizar el Bachillerato mi vida dio un quiebro de 180 grados. El entorno de mi padre lo convenció, a pesar de sus reticencias, e ingresé en la Escuela de Aprendices. Esto fue así por la cultura imperante en el pueblo por aquellos días. Los aprendices finalizada su formación, entraban a formar parte de la plantilla de AHV lo que suponía tener su vida resuelta. Ironías de la vida, el curso anterior al mío, ya no entró. Mi paso por la Escuela de Aprendices fue un periodo de mi vida ciertamente extraño, de total desubicación. Aprendí un oficio que jamás desarrollé pero fue el inicio de mi carrera en el ámbito industrial. Finalizada la Formación Profesional, comencé los estudios de Ingeniera que compatibilicé con trabajos eventuales en Altos Hornos hasta que, con la llegada del Tren de Laminado en Frío, ingresé en esas nuevas instalaciones. Luego llegó la reconversión industrial, finalizada la cual y con la carrera acabada, aproveché la venida de las nuevas empresas para soltarme de ese cordón umbilical que a mí, como a tanta gente, unía fuertemente a “la fábrica”. Y así fue, comencé a trabajar ya como ingeniero en la Sociedad Italiana del Vidrio, que posteriormente paso a llamarse Pilkington y finalmente, estos últimos 16 años en AGC como Director de Ingeniera, el periodo más gratificante en todos los sentidos de mi carrera profesional, que finalizó hace tres meses con mi jubilación.  Retomando la historia en la adolescencia, tanto en el periodo de Bachiller como en el de FP, compaginé los estudios con la pintura, para lo cual, habilitamos como estudio una vieja casa de los padres de mi amigo Emilio Peris donde pintábamos ambos. Desafortunadamente, nos denunció algún vecino de esa escalera con el argumento de que éramos gente rara y que incluso nos visitaban extranjeros, en fin cosas de aquella oscura época. Después de la visita que nos hizo “la policía social” tuvimos que dejar ese estudio hasta que encontré otro en el barrio de la playa, arriba del antiguo Café de Mar. Continué desarrollando mi actividad como pintor hasta que dejé Altos Hornos (SIDMED), me casé y trasladé el estudio a mi nueva casa en Nova Canet, donde vivo en la actualidad.

 

 Al finalizar la FP, fue cuando tuve que decidir donde encaminar mi vida, si continuar estudiando una ingeniería o ingresar en la Escuela de Bellas Artes. Pudo la inercia unida a mi gusto por la ingeniería. Viviendo en un entorno eminentemente industrial es muy difícil sustraerse a esa inercia  y acabé  matriculándome en la Escuela de Ingeniera con el autoengaño de que en mi tiempo libre seguiría pintando. Así lo hice, pero en cuanto acabé la ingeniería, ingresé en San Carlos, la Escuela Superior de Bellas Artes de Valencia. Siempre me tomé muy en serio mi trabajo como ingeniero y, no sé cómo calificarlo, si afortunada o desafortunadamente, pero el caso es que cada vez fui adquiriendo más responsabilidades, lo que supuso una merma en mi tiempo libre para la pintura y también para la música, otra de las constantes que me han acompañado en mi vida. Todo esto se tradujo en largos periodos de tiempo sin poder pintar. De hecho, he expuesto muy pocas veces en mi vida por esta razón. En suma, puedo decir que toda mi vida fue una lucha constante entre un trabajo que me gustaba y mi verdadera vocación, pintar. Afortunadamente este dilema acabo con mi jubilación, hace bien poco.  En estos últimos meses, con las 24 horas del día dedicado a mi verdadera vocación, he pintado prácticamente la mayor parte de los cuadros de esta última exposición que se puede ver en Puerto de Sagunto. Exposición que quise  fuera en mi pueblo natal como homenaje al inicio de una carrera que aparqué hace demasiado tiempo.

Con respecto a la exposición  Luz del Mediterráneo: la magia de las dunas, lo que la gente va a ver son paisajes muy familiares que están en su entorno. Paisajes de nuestras magníficas playas, lógicamente interpretados por mi imaginación. He intentado descubrir aspectos que la cotidianidad hace que no reparemos en ellos. Yo espero que vean esos paisajes con ojos nuevos,  que descubran toda la belleza que nos muestra la naturaleza. La misma puede verse en la Casa de la Cultura.

 

A lo largo de mi vida he pintado de todo, figura, retrato, bodegón... pero desde hace algunos años, es el paisaje lo que más me inspira y me motiva. Es todo un universo de formas y de colores que están en las cosas más sencillas, desde la transparencia de una nube hasta un tenue reflejo en el agua.

Para mi pintar es vivir más intensamente. Cuando pinto formo parte de todo lo que pinto y eso es emocionante, porque después de todo, trato de llevar al lienzo sensaciones, algo que me emociona cuando me paro a contemplar la naturaleza.

 

Después de estos tres meses de intenso trabajo me tomaré un tiempo para reflexionar. Pretendo mostrar esta serie que he llamado La Magia de las Dunas en algunos otros lugares de España y quizá en el extranjero, aun no tengo confirmación. Pero todo esto es muy reciente y mi vida como profesional podría decirse que acaba de empezar. He acabado una carrera profesional y ahora empieza la otra, aunque en realidad siempre haya estado allí.

 

Sí, (risas), en mi juventud, con 17 años, tres amigos: Javier Alcaraz, Emilio Peris y yo formamos un grupo de música llamado Clan, donde básicamente, cantábamos versiones de los Beatles, Mi Generación y composiciones propias. Actuábamos dando recitales en discotecas, Colegios Mayores  y algún que otro festival. Fuimos tan atrevidos que incluso enviamos una canción nuestra al festival de Benidorm. Por supuesto no nos hicieron ni caso porque no teníamos un buen padrino (risas). Posteriormente tomé, durante cuatro años clases de música, primero en la Unión Musical Porteña y posteriormente en La Escuela de Música de Canet de Berenguer, con el piano como instrumento. También formé parte como tenor del coro Almudàfer hasta que  4 ó 5 años atrás tuve que abandonar todas estas  actividades por incompatibilidad con mi trabajo. Hoy soy el primer fan del coro, no me pierdo una actuación, incluso me estoy planteando volver. Ahora que tengo tiempo he de recuperar todo lo que me gusta hacer.