El autor de ‘Un reloj de Sangre’, libro que presentó el viernes de la pasada semana en el salón de actos del Casino, recoge minuciosamente los acontecimientos con los que se encuentra a lo largo de su dilatada vida

Fernando Cos-Gayón: «La ‘Fábrica’, entonces, era todo en nuestro pueblo»

Fernando Cos-Gayón Domínguez en su casa de Albalat, durante la entrevista Fernando Cos-Gayón Domínguez en su casa de Albalat, durante la entrevista
Viernes, 22 Octubre 2021 21:30

Fernando Cos-Gayón Domínguez, profesional de la comunicación y las relaciones públicas, lo ha sido todo en este sector. Fue profesor del CEU San Pablo, así como presidente y vicepresidente de la Confederación Iberoamericana de Comunicación y Relaciones Públicas, perteneció, por tanto, al Consejo Superior de Relaciones Públicas de España, que le llevó a un encuentro con el Papa Juan Pablo II, sin embargo, el cargo por el que reviste mayor interés este personaje, se localizaba, entonces, en el hoy abandonado edificio de las Oficinal Azules, donde ocupaba un despacho en la conocida como ‘planta noble’, ejercitando las responsabilidades de comunicación y relaciones públicas de la siderúrgica. Cos-Gayón fue, gracias al puesto que desempeñó, un testigo de excepción en todo el proceso de capitulación, cierre y posterior desmantelamiento de la cabecera siderúrgica integral, que, según deja claro en su libro, respondió a una decisión política. Aunque el autor ha escrito ya un total de diez obras, entre las de temática profesional y personal, en ‘Un reloj de sangre’, se ve nítidamente cómo va unida al desarrollo de Puerto Sagunto su vida personal y profesional. Se trata, en consecuencia, de relato ameno de la vida y el entorno del autor.

‘Un reloj de sangre’ es el título del último libro de Fernando Cos-Gayón Domínguez. ¿Se trata de una obra autobiográfica y, por tanto, de un compendio de la vida del autor?

Pues sí, exactamente. Un compendio de mi vida, pero siempre muy ligada a la historia del Puerto y de la siderúrgica, porque me he preocupado mucho de que el libro tenga muchas anécdotas, por ejemplo, de la siderúrgica. ¿Cuándo se cierra? ¿por qué se cierra? ¿Qué paso con el Tren de Bandas en Caliente? En fin, muchas cuestiones que hasta ahora nadie ha dicho y que recojo en mi libro.

¿Esa es la parte de la siderúrgica?

Claro. La parte personal, por supuesto, es mi vida, por eso, si hablo de las escuelas que había aquí, pues empiezo a hablar por la Escuela de Begoña, diciendo, por ejemplo, cómo se inaugura, porque ahí estaba previsto que fueran los Hermanos de la Doctrina Cristiana, pero 48 horas antes le dijeron a don Jerónimo Roure que no podían venir. Tuvo que buscarse él los maestros. Entonces, buscó en fábrica a Maties, a quién le dijo «usted mañana me responde que dentro de 48 horas tenga seis maestros para que empiecen». Así fue como empezó la Escuela de Begoña.

En aquellos tiempos la ‘Fábrica’ era un núcleo muy importante, ¿no?

La ‘Fábrica’, entonces, era todo en nuestro pueblo. En el deporte estaban las pistas de atletismo de Altos Hornos, que es donde se hacían los campeonatos provinciales de Valencia porque era la mejor pista que había en la provincia. Estaba el Club Deportivo Acero, el Hierro, que era el segundo, y todos los equipos locales, que había a montones y hacían los campeonatos de verano. Para entrar a jugar al futbol, los fichajes que se hacían consistían en ingresar en la fábrica. Conmigo entró a trabajar Fernando, que venía del Español. Lo fichó el Acero, a él le interesaba y el fichaje era entrar a trabajar en fábrica. Efectivamente, la siderúrgica era el núcleo central de todo.

¿Tenía más poder que el Ayuntamiento de Sagunto?

Indudablemente. No todos los alcaldes, porque hubo alguno que se rebeló, pero, normalmente, los alcaldes de Sagunto hacían lo que don Jerónimo Roure decía. Cualquier pacto que se hiciera, debía tener el visto bueno del director de la fábrica. Hubo un alcalde que todos conocemos y es bastante reciente que se mantuvo un poco firme.

En aquellos tiempos, finales de los años 50, había muchas carencias, pero, en cambio, el Puerto sí tenía su emisora de radio...

Claro que sí, Radio Puerto Sagunto, que primero se llamó La Voz del Templo. La radio empezó en el año 1957 y yo entré en la radio en 1958, pero en sus inicios tenía un alcance muy relativo. La primera radio se instaló, primero, en la sacristía de la Iglesia de Begoña, con lo cual, había que poner una lucecita en la puerta, roja o verde, porque si alguien iba a entrar a la sacristía y veía la luz roja, es que se estaba emitiendo. Luego ya se hizo en el hueco de la escalera que daba a la puerta de donde vivían los curas. Al final nos trasladamos a la calle Concepción Arenal y ahí ya se amplió, incluso, la potencia. A partir de aquí ya no era La Voz del Templo, sino Radio Puerto Sagunto Emisora Parroquial de Nuestra Señora de Begoña.

¿Era una radio, digamos, comercial?

Se daban los anuncios, se daba la cartelera. Discos dedicados. Todo lo que se hacía en el pueblo pasaba por la emisora. Ahí fui el jefe de programas.

«No todos los alcaldes, porque hubo alguno que se rebeló, pero, normalmente, los alcaldes de Sagunto hacían lo que don Jerónimo Roure decía. Cualquier pacto que se hiciera, debía tener el visto bueno del director de la fábrica. Hubo un alcalde que todos conocemos y es bastante reciente que se mantuvo un poco firme».

En aquella época había poco de todo, se le sacaba jugo a las cosas, ¿no?

Poquísimo. Había muy pocos medios, había que ingeniárselas. Por ejemplo, era obligado conectar con Radio Nacional de España al mediodía y por la noche para el Parte, pues nosotros conectábamos a través de un aparato de radio que teníamos allí. Sintonizábamos Radio Nacional de España y con un cable que teníamos conectado al aparato resolvíamos la conexión. Todo muy artesanal.

¿Qué otros aspectos puedes destacar de tu libro?

Hay un tema muy bonito que incluyo. Me refiero al teatro que hacía Altos Hornos entonces. Don Jerónimo Roure era un amante total de la cultura. Era una época dorada de los Altos Hornos. Siempre digo que, si se hubieran pintado las vigas de madera de color de minio, las hubieran vendido también, porque se vendía todo. Entonces, en esa época, don Jerónimo tampoco necesitaba preocuparse mucho porque la fábrica iba sola y él todas las tardes se iba a la Escuela de Begoña. Había allí alguien que le ponía música en el salón y él se extasiaba oyendo música clásica. Otras tardes había un cuadro artístico, al cual pertenecía yo, y ensayábamos una obra de teatro. A lo mejor estábamos dos o tres años ensayando la misma obra. Dimos La Vida es sueño, el auto sacramental, el drama; Las Mocedades del Cid, en fin, todas obras clásicas.

¿El grupo de teatro también estaba formado por empleados de la fábrica?

Claro. A nosotros, por participar, nos daban entradas para el cine. En el último año, que fue cuando ensayamos Las Mocedades del Cid, Isabel, mi mujer, también estaba en el grupo, como las entradas eran dobles, nos íbamos al cine dos veces a la semana.

En el Puerto, durante aquellos años hubo muchos cines en funcionamiento...

Sí, sí, pero todos los cines eran del mismo propietario. Antes de que se construyera el Cine Avenida, que estaba en el barrio de Churruca, estaban el Oma, el Victoria y el Olimpia, todos eran de Ciriaco Omarrementería Muniateguiandicoechea...

De Omarrementería hay una anécdota muy curiosa, que a mí me la contó Alberto Martínez Gil, de cuando se dejó los zapatos en el tren...

Pero ese fue el padre de Ciriaco. Cuando llegó a Sagunto y se apeó, se dio cuenta de que el tren se iba con la caja de zapatos, que se los había dejado olvidados. Entonces se dirigió a los empleados de la estación para decirles que se había olvidado el calzado en el vagón y le dijeron que pusiera un telegrama. Así lo hizo, entonces puso: «tren que vas, zapatos llevar. Peliculero Puerto Sagunto». Y le dieron los zapatos. El venía de Valencia en el tren y, seguramente, sería en Castellón donde aparecerían los zapatos. Pero ese era el padre de Ciriaco. Todo esto lo sé de primera mano porque yo entré a trabajar en Estadística y el jefe del departamento, precisamente, era Ciriaco.

Además, también había otros cines: el del Padre Jaime, el de San Pedro y el Begoña. Había mucha oferta, ¿verdad?

Sí, en aquellos tiempos no había tanta oferta de ocio como hay hoy en día, entonces solo teníamos el cine o la radio, porque los primeros televisores se empezaron a ver aquí en el año 62 o 63. Me acuerdo de ver a la gente en los escaparates. Había partido de fútbol y en la tienda de la Viuda de Borrás colocaban un televisor en el escaparate y aquello se ponía con muchísima gente que, desde la calle, quería seguir el partido.

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También funcionaba el Casino de fábrica y otras salas de fiesta, ¿no?

Como sala de fiesta aquí no había más que el Casino. Luego estaba la Pista de la Marina, la Terraza Buenos Aires, que era de la Falla Luis Cendoya, que más tarde pusieron una pista de patines. Como pista de baile también teníamos la Cancha del Fornás. Yo he ido a bailar en todas ellas. Era baile de agarrarse, tangos, boleros y piezas de este estilo.

Pero el Casino tenía una programación de mayor nivel, sobre todo en cuanto a traer figuras, ¿no?

Sí. En el Casino de mis tiempos vinieron desde Antonio Machín hasta Los Tres Sudamericanos, Basilio o Masiel. Eran primeras figuras del momento que no se conocían nada más que allí o en el Teatro Victoria, que Ciriaco, cada mes o así, traía un espectáculo. Casi siempre vinculado al flamenco porque aquí, en el Puerto, a la gente le gustaba mucho. Igual venía Antonio Molina, Juanito Valderrama y otros artistas del género con los que la gente disfrutaba mucho.

Durante una época, el Casino tuvo fama de ser clasista, ¿verdad?

Había una leyenda negra que se extendió. Me refiero a que se decía que el casino era para privilegiados. Eso fue verdad, pero solo hasta el año 63. A partir de 1963 ya no hubo privilegios y a partir del año 70 ya pudo ser socio cualquiera, aunque no trabajase en la fábrica. Sí es verdad que los primeros años solo era para técnicos y administrativos. Cosa que yo veo muy mal, pero bueno. Es que, entonces, todo era así. En el fútbol había el barracón de obreros, el de empleados y el de ingenieros, por lo que decíamos antes de que Altos Hornos era la que dominaba, la playa no era de Altos Hornos, pero tenía los barracones divididos. En la propia iglesia había un lado para los ingenieros y el otro para le gente. No sé, eran otros tiempos, con lo cual, nadie, entonces, lo veía tan fuera de lugar.

Ha cambiado mucho el pueblo desde entonces a ahora, ¿no?

En todo.

¿Para bien o para mal?

A mí me gustaba más entonces. Antes la gente nos reuníamos. Hoy, con internet y las redes sociales, se ha perdido el contacto físico. Tienes más de mil amigos en el Facebook y no hay nadie que, en un momento dado, te pueda dar una aspirina, creo que con esta frase se refleja de manera clara lo que sucede actualmente, a diferencia de lo que ocurría antes. Gracias a Dios, todavía hay muchos amigos que tenemos por ahí y que sí disfrutamos de ellos. Tuve la satisfacción, el otro día, cuando presenté el libro, de tener el salón a tope, rebosando de gente, de amigos.

El oficio de relaciones públicas no es como se ve en las películas, tiene sus luces y sus sombras, ¿verdad?

Sí. En mi profesión he tenido episodios muy bonitos y otros muy desagradables. Pues, por ejemplo, cuando se volaron los Hornos Altos. Que nuestro presidente, entonces, Mateu de Ros, se negaba rotundamente a que se filmase la voladura. Por otra parte, a mí, los del Centro Regional de TVE, los de Aitana, así como todos los periodistas gráficos, me preguntaban cómo se iban a volar los hornos altos sin dejar entrar a las cámaras. Con ellos hice un pacto, daban la voladura y a continuación imágenes del tren de laminación en frío con todo su proceso y, de esa forma, que la gente viera que había una continuidad. Con esto pude convencer a Mateu de Ros para que autorizara el acceso de los medios.

El cierre de la cabecera siderúrgica fue una decisión política, ¿verdad?

Total. Y lo digo en el libro porque es así. El Tren de Bandas en Caliente no vino aquí porque las elecciones municipales que hubo en 1983 las ganó el PSOE. Si en vez de salir el PSOE sale otro partido, el TBC se hubiera instalado aquí. A mí me llamó José María Lucía, que ya habíamos quedado en que me llamaría, para preguntarme por el resultado de las elecciones. Le dije que había ganado el PSOE, a lo que él me respondió: «pues ya lo tenemos claro», esas fueron sus palabras textuales. Había mucho miedo de que aquí se armara una buena trifurca. Pero con aquellos resultados electorales quedó claro que, se hiciera lo que se hiciera con la siderúrgica, no pasaría nada grave. Que el Gobierno podía hacer lo que quisiera, como así ocurrió.

Después del cierre de la cabecera se hicieron esfuerzos para consolidar la reindustrialización, pero aquello tampoco salió muy bien...

A pesar de los esfuerzos que se hicieron para que esto tuviera auge, la mitad de las empresas salieron fallidas. Vinieron a por la subvención. Paraban la mano y después, hasta luego, Lucas.

Qué proyectos tienes.

El viernes, durante la presentación del libro, me animaron para que escribiera otro libro y ayer le dije a Isabel que ya tengo el título, no lo voy a decir ahora, pero sí, pienso escribir un libro con mi ultimísima etapa como paciente, hablando de mi salud. Un poquito sobre todo lo que me ha pasado. La verdad es que, desde el año 16 hasta hoy, he peregrinado muchísimo. No había gastado la Seguridad Social nunca, bueno, algún resfriado, pero del 16 hasta ahora me he recorrido La Fe, La Salud, el Clínico, el 9 de Octubre, aunque lo importante es que estoy y que puedo seguir escribiendo. A mí siempre me ha gustado escribir, lo que pasa es que me he vuelto muy perezoso. Aunque sigo haciéndolo, porque colaboro mucho con las parroquias.


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Modificado por última vez en Sábado, 30 Octubre 2021 00:00

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