Ecologistas y buceadores reclaman más arrecifes artificiales en nuestras playas

Un barco torpedeado hace cien años contribuye a recuperar el fondo marino comarcal

Viernes, 18 Enero 2019 15:56

peciodentroMiembros del club de buceo Costa Palancia en pleno estudio del pecio

Historia y medioambiente se dan la mano en las costas de la comarca gracias al buque británico Coila, hundido frente a las costas de Canet d’En Berenguer y Puerto de Sagunto en 1917. Los escollos como este han existido desde hace siglos, remontándose su origen al de los atávicos tiempos de la navegación. Gracias a ellos, pueden asentarse en nuestros degradados litorales diferentes colonias de microbios, macroalgas e invertebrados, de muy variada naturaleza, capaces de atraer vida de superiores niveles tróficos; pudiéndose así desarrollar, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, verdaderos oasis subacuáticos en mitad de la nada.

Desconociendo su pasado, unos y otros ignoran el insólito acontecimiento ocurrido hace un siglo frente a la orilla que comparten la población industrial porteña y la villa turística canetera. Bajo las pesadas lápidas del agua salada y el olvido, descansa un oxidado pecio inglés, desventurado vapor de Liverpool que tuvo el infortunio de cruzar su destino con el del implacable sumergible alemán U-64 de Robert Moraht, Pour le Mérite y todo un as de las profundidades.

El florecimiento de bellos ecosistemas sobre estos cadáveres navales ha llevado a poner en práctica la moda de jubilar distintos botes en múltiples partes del mundo. Con orígenes remotos en el Japón tokugawa, esta costumbre se inició de facto en los grises años cincuenta como una experiencia pionera en dar color a las costas estadounidenses, ávidas de un turismo nacional de playa y deporte. Reconvertida más tarde en actuación piloto medioambiental en Europa, se sigue en España desde el catalán Proyecto Escórpora de 1979, que tuvo su continuidad con similares medidas en otras comunidades autónomas.

Reglamentados por la Unión Europea desde 1986, la colocación de arrecifes artificiales y el estudio de los ya existentes, como el Coila, no han parado de crecer.

Hallado hace casi dos décadas por pescadores de la comarca, el barco liverpuliano ha sido minuciosamente documentado en los últimos tiempos por el club de buceo Costa Palancia de Puerto Siles, y descansa hoy como sigiloso vestigio de los riesgos que amenazaron a Ramón de la Sota y otros navieros europeos durante la devastadora Gran Guerra. Y es que la neutralidad establecida no impidió que España se viera fagocitada por la campaña submarina del periodo 1914-1918, debido a su geografía peninsular y al papel fundamental que su marina mercante jugó para la causa francobritánica. A pesar del baile de cifras del caso español, se puede afirmar que 72 barcos, 238.000 toneladas y 271 marineros, fueron entregados a los océanos debido a la acción de algún unterseeboot imperial, y lo mismo sucedió con otros tantos navíos foráneos cercanos a nuestro país.

El núcleo de El Port, en sus albores, se sentó entonces en uno de los palcos principales de aquella ópera de Wagner que fue la acción bélica del Imperio Alemán bajo el Mediterráneo en la violenta Primera Guerra Mundial. No debemos olvidar que, en aguas no muy alejadas a las playas de la comarca, halló su final también el destacado vapor aliado Duca di Genova. Del encuentro entre el U-Boot y la nave italiana el 6 de febrero de 1918, muchas veces narrado, llama la atención lo que nos ha llegado de la normalmente embarazosa historia oral. Todo parece indicar que los alemanes eran unos habituales del embarcadero, tenían espías por todas partes y hasta se sospecha que frecuentaban los prostíbulos marineros del lugar.

Menos famoso es su anterior ataque al británico Coila (14 de diciembre de 1917, 39º 37’ N 0º 8’ E), vapor de 4.135 toneladas armado por A. McMillan & Son en la población escocesa de Dumbarton en 1911 y propiedad de la empresa Kyle Transport Co. de Alexander Bicket. Esta gigantesca embarcación, que cubría la ruta de Glasgow (Reino Unido) a Livorno (Italia) lleno de carbón, fue torpedeado y hundido por el U-64 frente a la costa del Camp de Morvedre con el desastroso resultado de tres fallecidos. Tal y como reza en la descripción del yacimiento que hace el Centre d’Arqueologia Subaquàtica de la Comunitat Valenciana: «se halla partido en dos mitades a la altura de la caldera, separándose la proa del resto». Esta yace en su costado de babor, «dejando a la vista su majestuosa ancla de estribor, con su respectivo cabestrante». Se contempla igualmente el impacto del torpedo alemán, «quedando visible la caldera de vapor».

Este colosal buque, de 112,8 metros de eslora y 15,5 de manga, viajaba en un convoy formado por otros cinco cerca del faro de Canet, cuando fue atacado en la oscuridad por el kapitänleutnant Moraht, apodado Werwolf der Meere, con quirúrgica precisión y mejor resultado. Tal cosa no hace sino aumentar las sospechas actuales de que el submarino de la Kaiserliche Marine se encontraba entre la línea de tierra y su objetivo, que navegaba entonces a tres millas de la costa; lo que hace suponer que el mítico submarino se hallaba dentro de las aguas de una España neutral. De lo que no hay duda es de las consecuencias humanas del ataque. Aquella madrugada fallecieron en el acto los fogoneros Jas Brennen y Bruce McLanders, desapareciendo para siempre también, tras su caída al mar en el momento de la evacuación, el marinero Donald McMenamie. Después de esfumarse en medio del frío y la bruma, el ingenio imperial dejó a sus espaldas dos botes ingleses de auxilio con más de treinta asustados náufragos, solidariamente atendidos luego por los empleados de la naviera Sota y Aznar presentes en el puerto. Ya de día, los tripulantes se trasladaron por la vía ferroviaria aragonesa a la ciudad de Valencia, donde fueron recibidos por un enlace del consulado británico, que dispuso su alojamiento en diferentes hoteles, a la espera de recibir órdenes de sus superiores en Barcelona.

Este trágico hundimiento, gracias a las piruetas del destino, se ha convertido, con el tiempo, en una avanzadilla para el reflote de la maltrecha vida acuática de nuestras playas, impulsando, sin pretenderlo originalmente, los valores de sostenibilidad del siglo XXI. Y es que no se debe pasar por alto la involuntaria pero eficaz consonancia del pecio Coila con lo acordado por los líderes mundiales en 2015. Con la Agencia de Desarrollo Sostenible velando por ello, la ONU pretende erradicar de aquí a 2030 todo aquello que hace de la Tierra un lugar inhabitable: la pobreza desmedida, la falta de hospitales y escuelas, la desigualdad manifiesta, el cambio climático, la guerra interminable, el consumo desmedido y, también, la degradación de la vida submarina. De esta forma, el llamado Objetivo 14, de una lista pactada de 17 metas, pretende «conservar y utilizar de forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo», ya que el agua salada del globo, «su temperatura, su química, su corriente y su vida», hacen de nuestro planeta azul, en última instancia, un lugar acogedor para la humanidad.

Múltiples son los beneficios de este tipo de barreras artificiales, según sendos estudios recientes de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y la Junta de Andalucía: generan zonas de refugio para la protección de las especies, concentran ictiofauna de interés humano para la pesca ecológica, favorecen la experimentación y la validación de estudios subacuáticos, evitan el calado y la actividad pesquera con artes ilegales (como el arrastre), sirven de obras de ingeniería costera semejantes a rompeolas, diques o espigones, y actúan, finalmente, como lugares de práctica de actividades deportivas sostenibles del tipo buceo o surf. Existen actualmente estructuras de muchas clases: de diseño, de desecho, etc., pero son los barcos hundidos, previo estudio de su impacto ambiental, los que cumplen más eficazmente con el triple propósito de velar por una pesca respetuosa, favorecer un turismo deportivo concienciado y, lo más importante, servir de base para la fijación final de filtradores y peces.

Corroboran todas las ventajas anteriormente mencionadas tanto los centros privados de buceadores como las asociaciones de corte ecologista. Costa Palancia, el pionero club de buceo ubicado en Canet d’En Berenguer, descubridor de la identidad del vapor anglosajón, destaca hoy las múltiples bondades del pecio. «Lleva regenerando la zona desde hace cien años», afirma su director, Eduardo Canet. «La verdad es que no entendemos por qué algunos se oponen a realizar otros hundimientos», continúa. «Los resultados ecológicos, tras un siglo, están ahí. Si se encuentran descontaminados, y desprovistos de combustibles y aceites, no hay nada más barato, ni mejor», asevera. El hierro, frente a otros materiales, «siempre perdura».

Enumera además este experto buceador, como prueba, las múltiples especies que su centro deportivo ha documentado. «Proliferan allí abajo seres vivos de todo tipo: sargos, corvas, meros, dentones, langostas, congrios y gorgóneas. No estarían allí de no ser por el Coila», remata. La diversidad que allí anida, a treinta metros de profundidad, parece no tener fin para los conocedores del tema. «Los nudibranquios que habitan entre la herrumbre son todos diferentes e imposibles de contar. Diaphorodoris papillata o cuthona caerulea son algunos de ellos», prosigue. Comenta el veterano monitor, para terminar, que aún hay mucho por descubrir, y que «no está lo suficientemente promocionado, a pesar de todo, para el turismo deportivo».

Numerosos ejemplos se pueden contar ya de promoción de arrecifes artificiales en la Península Ibérica. Pretenden así los gobernantes, desde no hace mucho, que se constituyan estos en atractivos imanes para un turismo deportivo sostenible de inmersión y tabla, impulsando, de rebote, la autodepuración acuática de zonas, semejantes a la nuestra, sufridoras de vertidos residuales crónicos. Con este doble empeño, las autoridades de lugares tan dispares como el Algarve portugués, la costa de Vizcaya, la recortada playa de Galicia, el fondo murciano de Águilas o el medio submarino de Alcossebre, han impulsado la inmersión de barcos con el fin de crear, al mismo tiempo, parques temáticos submarinos y reservas eficientes de la naturaleza. Basta recordar, como argumento, la positiva experiencia de la alicantina isla de Tabarca, que cuenta, desde hace tiempo, con un pecio que ha permitido la recuperación de la siempre necesaria pradera de posidonia. Cien por cien similar al caso del Coila es, sin embargo, el del dinamitado en 1916 vapor Westburn, muy próximo a Santa Cruz de Tenerife. Este ciclópeo buque, también británico, fue saboteado por la marina bélica alemana, yaciendo hoy como vergel para cardúmenes de peces de toda índole, moradores de sus infinitos recovecos.

A pesar de todo, ciertos grupos y publicaciones ecologistas, como NU2, muestran cautela. Matizan, en definitiva, las luces y sombras de esta práctica, pues consideran que «ningún pecio puede sustituir, en última instancia, a un ecosistema sano y natural».

Texto y fotografía: Jorge Lorente Pérez


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Modificado por última vez en Viernes, 02 Diciembre 2022 19:06

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